Una de las mayores compañías de tecnología, Apple, ha
presentado recientemente su nuevo
producto: el IPhone cinco. Un aparato que los “tecnófilos” esperan ansiosos desde
hace meses y ya se puede adquirir en algunos países como Estados Unidos o Japón.
En España habrá que esperar hasta el
próximo 28 de septiembre. La pasión que
despierta este tipo de dispositivos está
empezando a generar problemas en algunos individuos que no son capaces de vivir
un día alejados de su mundo tecnológico (WhatsApp, Ipad, Facebook y videojuegos,
entre otros).
La hipérbole del
poeta Quevedo, “Érase un hombre a una nariz (móvil) pegado”, representa la
situación de estas personas tan dependientes
de Internet, los móviles o los ordenadores. Así, la pantalla se
convierte en un arma de doble filo para algunas personas tímidas, con baja
autoestima o fobia social. De sobra es conocida la utilidad de estos aparatos,
pero esa versatilidad puede ser tomada también como un escudo contra sus
miedos.
Los psicólogos aseguran que estos abusos están empezando a
derivar en nuevos trastornos que se denominan “ciberadicciones”. El catedrático
Enrique Echuburua define estas adicciones sin droga como “conductas repetitivas que resultan placenteras al menos
en sus primeras fases y que generan una pérdida de control en el sujeto”.
Estas adicciones coexisten, con frecuencia, con otras de
tipo químico, especialmente en afectados
de edad adulta. Aland Medal, el psicólogo del Centro de Solidaridad de Huesca,
donde está integrado Proyecto Hombre, asegura que una parte de las personas que
ingresan inicialmente con problemas de drogodependencia o ludopatía suelen ser
víctimas también de “ciberadicciones”.
Resulta difícil diagnosticar una adicción a Internet,
contabilizando las horas dedicadas a dicha herramienta, porque este soporte
ofrece infinidad de actividades como música, cine o lectura. Los entendidos en
la materia definen a los “ciberadictos” como personas incapaces de dosificar el
tiempo de conexión y despreocupadas por las obligaciones familiares, sociales y
laborales. Medal insiste en que “la red no debe ser el eje de tu vida”.
Fuente: AP Fotógrafos |
Héctor Basile,
presidente honorífico del capítulo de Psiquiatría Infanto Juvenil de APSA, señala
parámetros como “el nivel de distorsión en la vida personal, familiar y
profesional del individuo” para evaluar la pérdida de control sobre el uso racional
de Internet.
Esta dependencia influye en necesidades tan básicas como el
sueño y la alimentación, además de los descuidos laborales o
familiares, citados anteriormente. La reducción del tiempo dedicado a estas actividades fisiológicas
básicas provoca en el individuo cansancio, irritabilidad, debilidad del sistema
inmunológico y tendencia al aislamiento social.
El profesor Basile clasifica en dos los perfiles del adicto
a Internet. Por una parte, los interesados en realizar tareas en solitario como
jugar o recoger información. En segundo lugar, aquellos que utilizan este
soporte como estímulo social a través de chats, redes sociales o juegos en
línea. Asimismo, se pueden establecer subcategorías entre las que destacan adicciones a buscar información, al sexo, al juego y a las compras, entre
otros.
La negación
del problema por parte del paciente es el principal obstáculo y para justificar
su actuación esgrimen argumentos como la propia utilidad de la red. Por ello,
no es fácil que el trastorno se identifique en su fase inicial. Sin duda, los
especialistas son los más cualificados para diagnosticar estas anomalías,
aunque también existen webs que incluyen cuestionarios sobre “ciberadicciones”.
Una vez detectada
la situación, los psicólogos intentan romper los hábitos de conexión;
establecer señales que indiquen cuando desconectar; desarrollar un nuevo
horario realista con usos frecuentes pero breves y vetar el manejo de ciertas
aplicaciones. Esta última medida provoca el conocido síndrome de abstinencia,
que también aparece en las personas drogodependientes. La media de tratamiento
necesario está entre seis meses y un año aunque cada caso es diferente.
“CIBERPREVENCIÓN”
Las nuevas tecnologías poseen un enorme potencial
comunicativo y educativo pero también entrañan riesgos, especialmente para los
más jóvenes. La falta de control y el desconocimiento de los padres pueden
provocar graves consecuencias para sus hijos. Por ello, los psicólogos apuestan
en la actualidad por trabajar con estos sectores de la sociedad, tanto en
colegios como a nivel familiar, para prevenir situaciones comprometidas.
Medal advierte de que “hacen faltan pautas para dar un buen
uso a estos aparatos” y evitar que “el juego, por ejemplo, se vuelva el regidor
de la vida del adicto”. Estas lagunas son las que intentan cubrir con esas
clases preventivas. Los expertos recomiendan a los padres dosificar
los tiempos de conexión de sus pequeños, instalar programas de protección en
sus ordenadores y colocar la pantalla en un espacio compartido, como el
comedor, para supervisar sus movimientos en la red.
La tecnología es importante para el desarrollo de la sociedad actual porque es una herramienta bastante útil en el día a día. Por ello, debemos aprovechar las posibilidades que blinda pero sin que llegue a dominar nuestra vida.
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